DEFINICIÓN DE VERDAD SEGÚN EL DICCIONARIO DE JOSE FERRATER MORA
VERDAD. El vocablo 'verdad' se
usa primariamente en dos sentidos:
para referirse a una proposición y para
referirse a una realidad. En el primer
caso se dice de una proposición
que es verdadera a diferencia de "falsa".
En el segundo caso se dice de
una realidad que es verdadera a diferencia
de "aparente", "ilusoria",
"irreal", "inexistente", etc.
No es siempre fácil distinguir entre
estos dos sentidos de 'verdad' porque
una proposición verdadera se refiere
a una realidad y de una realidad
se dice que es verdadera. Pero puede
destacarse un aspecto de la verdad
sobre el otro. Tal ocurrió en la idea
de verdad que predominó en los comienzos
de la filosofía. Los filósofos
griegos comenzaron por buscar la verdad,
o lo verdadero, frente a la falsedad,
la ilusión, la apariencia, etc. La
verdad era en este caso idéntica a la
realidad, y esta última era considerada
como idéntica a la permanencia,
a lo que es, en el sentido de "ser
siempre" — fuese una substancia material,
números, cualidades primarias,
átomos, ideas, etc. Lo permanente
era, pues, concebido como lo verdadero
frente a lo cambiante — que no
era considerado necesariamente como
falso, sino sólo como aparentemente
verdadero sin serlo "en verdad". Como
la verdad de la realidad —que
era a la vez realidad verdadera— era
concebida a menudo como algo accesible
únicamente al pensamiento y
no a los sentidos, se tendió a hacer
de la llamada "visión inteligible" un
elemento necesario de la verdad.
Este sentido griego de la verdad no
es históricamente el único posible. Según
ha indicado von Soden, y han
precisado, entre otros, Zubirí y Ortega
y Gasset, hay una diferencia fundamental
entre lo que el griego entendía
por verdad y lo que entendía
por ella el hebreo. Para este último,
en su época "clásica" cuando menos,
la verdad ('emunah) es primariamente
la seguridad, o, mejor dicho, la
confianza. La verdad de las cosas no
es entonces su realidad frente a su
apariencia, sino su fidelidad frente a
su infidelidad. Verdadero es, pues, para
el hebreo lo que es fiel, lo que
cumple o cumplirá su promesa, y por
eso Dios es lo único verdadero, porque
es lo único realmente fiel. Esto quiere
decir que la verdad no es estática,
que no se halla tanto en el presente
como en el futuro, y por eso, señala
Zubiri, mientras para manifestar la
verdad el griego dice de algo que es,
que posee un ser que es, el hebreo
dice "así sea", es decir, amen. En
otros términos, mientras para el hebreo
la verdad es la voluntad fiel a
la promesa, para el griego la verdad
es el descubrimiento de lo que la
cosa es o, mejor aun, de aquello que
"es antes de haber sido", de su esencia.
El griego concibe, así, la verdad
como a)lh/qeia o descubrimiento del
ser, es decir, como la visión de la
forma o perfil de lo que es verdaderamente,
pero que se halla oculto por
el velo de la apariencia. Lo contrario
de la verdad es para el hebreo la
decepción; lo contrario de ella es para
el griego la desilusión. Pero lo verdadero
como "lo que habrá de cumplirse"
es esencialmente distinto de
lo verdadero "como lo que es" y
como lo que está siempre presente
—aun bajo la forma de la latencia—
en un ser. El sentido primario de la
verdad como a)lh/qeia, dice Zubiri, no
es, sin embargo, meramente descubrimiento
o patencia, sino, ante todo,
la patencia del recuerdo. Pero "la
idea misma de verdad tiene su expresión
primaria en otras voces" dentro
de algunos lenguajes indoeuropeos:
es el caso del verus como
expresión de una confianza. Por lo
tanto, hay cuando menos una posibilidad
de conexión semántica entre los
dos mentados conceptos de verdad,
aparentemente tan distanciados. Julián
Marías precisa que, en todo caso,
una distinción es metódicamente necesaria
entre la verdad como a)lh/qeia,
como 'emunah y como veritas. La
primera es patencia; la segunda, confianza;
la tercera, veracidad.
Los griegos no se ocuparon solamente
de la verdad como realidad.
Se ocuparon asimismo de la verdad
como propiedad de ciertos enunciados, de los cuales se dice que son
verdaderos. Aunque antes de Aristóteles
se había ya concebido la verdad
como propiedad de ciertos enunciados,
la más celebrada fórmula al respecto
es la que se encuentra en Aristóteles:
"Decir de lo que es que no
es, o de lo que no es que es, es lo falso;
decir de lo que es que es, y de
lo que no es que no es, es lo verdadero"
(Met., G, 7, 1011 b 26-8).
Con ello Aristóteles precisaba lo que
había afirmado ya Platón (Crat., 385
B; Soph., 240 D - 241 A, 263 B). Pero
mientras en este último filósofo la
verdad de la proposición dependía de
la verdad de la realidad en el sentido
de que 'verdad" se aplicaba primariamente
a la cosa y secundariamente
al enunciado, Aristóteles expresó
por vez primera límpidamente
lo que luego se llamará "concepción
lógica" —y que sería más adecuado
llamar "concepción semántica" (Cfr.
infra)— de la verdad. En efecto, para
Aristóteles, cuando menos en el
párrafo citado, lo verdadero es decir
lo que es cuando es y lo que no es
cuando no es; por tanto, no hay verdad
sin enunciado. Ello no significa,
ciertamente, que el enunciado como
tal sea suficiente. En rigor, no hay
"enunciado como tal", pues un enunciado
lo es siempre de algo. Para que
un enunciado sea verdadero es menester
que haya algo de lo cual se
afirme que es verdad (o que no haya
algo de lo cual se afirme que no
es verdad ) : sin la "cosa", pues, no
hay verdad, pero tampoco la hay sólo
con la "cosa". Esta relación del enunciado
con la cosa enunciada ha sido
llamada luego "correspondencia",
"adecuación", "conveniencia"; la verdad
es verdad del enunciado en cuanto
corresponde con algo que se adecúa
al enunciado y conviene con él.
Lo anterior no indica todavía cuál
es el "órgano" apropiado para aprehender
la verdad o, si se quiere, para
poder formular proposiciones verdaderas.
Puede ser, como algunos afirmaban,
la inteligencia; o puede ser la
"intuición" ("aprehensión directa y
evidente"), o puede ser la sensación.
Pero en todos estos casos se entiende
la verdad como propiedad del enunciado.
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